Opinión: Rafael Sanz. La advertencia del sabio.
Inmigración

Rafael Sanz. Opinión. La advertencia del sabio.

Hay mentes privilegiadas que analizan el pasado, captan el presente y vaticinan el futuro. Una de estas mentes lúcidas fue  Chateaubriand, grande entre los grandes, testigo directo de la Guerra de Independencia Americana y de la Revolución Francesa ; ministro de Napoleón y de los Borbones restaurados, padre del romanticismo y crítico tanto del despotismo como de la anarquía.

            

En Chateaubriand pienso cuando paseo por el hayedo varias veces centenario que hay junto a mi casa, y veo las aves acuáticas nadando en los estanques, y los corzos paciendo en los claros del bosque, indiferentes a la lluvia y al frío ; cuando contemplo la grandeza encerrada en el misterio del eterno retorno de las estaciones, es cuando recuerdo aquel pasaje de sus memorias titulado “escenas de otoño” :

“Un carácter moral guarda relación con las escenas de otoño : esas hojas que  caen como nuestros años, esas flores que se marchitan como nuestras  horas, esas nubes que huyen como nuestras ilusiones, esa luz que se debilita como nuestra inteligencia, ese sol que se enfría como nuestros amores,  esos ríos que se hielan como nuestra vida, guardan una relación secreta con nuestro destino”.
 
Chateaubriand, testigo de las revoluciones de 1789, 1792 y 1830, vió caer a Luis XVI, Robespierre, Napoleón y Carlos X  y el ir y venir de reyes, caudillos y emperadores, guerras y revoluciones, le llevaron a intuir cierto misterio sobrenatural tras el aparente sinsentido del destino del hombre, y a exclamar aquello de “el hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios”.
 
Sus ideas políticas eran tan sabias y equilibradas como profunda era su visión sobre el futuro político del mundo. Desencantado por lo que él consideraba creciente despotismo de Napoleón, y horrorizado por el caos de la Revolución, vió en la monarquía parlamentaria el sistema más adecuado para Francia, dudando hasta el final entre los Borbones y los Bonaparte, entre el pequeño huérfano Napoleón II y el pequeño huérfano Enrique V de Borbón,  tristes epílogos de epopeyas novelescas, cuyos reinados respectivos durarían 15 días.
 
Su frase “los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen” sintetiza su visión escéptica sobre los avatares de la historia.
 
Al final de sus memorias, acabadas en 1841, cuando se encuentra en el umbral de la muerte, el gran pensador vaticina el mayor peligro del futuro, la abolición de las fronteras y de las diferencias étnicas, en aras de un mundo unificado. Bajo el título “Quimera de una sociedad universal”, deja una admonición a las futuras generaciones :
 
“La locura del momento es la de conseguir la unidad de los pueblos y de llegar a un tipo humano unificado ; pero adquiriendo rasgos generales, ¿Acaso no perecerá toda una serie de sentimientos peculiares? (…) Entre todos estos seres blancos, amarillos, negros, que se supone serán vuestros compatriotas, no podréis abrazar a un hermano. (…)
 
¿Qué será una sociedad universal en la que ya no habrá países diferentes, que no será ni francesa, ni inglesa,  ni española, ni portuguesa, ni italiana, ni rusa,  ni tártara, ni turca, ni persa, ni india, ni china, ni americana, o que será más bien todas estas sociedades a la vez ? (…) ¿ Bajo qué norma general, bajo qué ley única existiría esta sociedad? No nos quedaría más que pedirle a la ciencia la forma de cambiar  de planeta. “
 
Perteneciente a una generación traumatizada por guerras y revoluciones, veía perfilarse en el horizonte el mayor de los peligros, un mundo deshumanizado por el fin de las fronteras y las pecualiaridades nacionales y étnicas, el mundo al que aspiran los políticos que nos quieren vender la  inmigración que destruirá nuestras sociedades como algo benéfico al que sólo un malvado podría oponerse.
 
Frente a la falta de visión y a la mezquindad de los políticos que quieren decretar nuestra condena a muerte como civilización, sólo nos queda articular la resistencia a este mundo de horror que nos preparan, pues en palabras del inolvidable vizconde de Châteaubriand, “ mientras que el corazón tiene deseo, la imaginación conserva ilusiones “.
 

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