Opinión. Rafael Sanz
LECCIONES DE LA HISTORIA; el desembarco africano.
¡¿Nadie piensa parar el desembarco masivo de miles de africanos en nuestras costas?! Asistimos a un desembarco de una masa de población dispuesta a todo por quedarse en nuestro país. Esto es sólo el principio, pero cada día que pasa sin que se tomen medidas, el problema se agrava. Un continente entero se está enterando de que Europa le abre sus puertas. Han desembarcado 26.000 en lo que va de año. |
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Nadie se llame a engaño, si no paramos la primera embestida, la segunda será 10 veces más numerosa. Mejor vivir de la asistencia social del generoso estado español que languidecer en las calles de Lagos, piensan ahora millones de africanos.
Nadie parece darse cuenta de que hemos recibido un legado a transmitir a las generaciones que nos sigan. Ese legado es la civilización occidental, o, mejor dicho, la civilización a secas. Cuando hayamos sido colonizados por varios millones de africanos, será demasiado tarde y la africanización de España en unos pocos años, nos hará mirar con nostalgia los días que encantaron nuestra juventud, cuando las calles eran seguras, el abastecimiento de comida estaba garantizado por una red viaria segura y en buen estado, cuando la basura se recogía diariamente de las calles…No estamos hablando de grandes principios ni de abstracciones, lo que está en juego es toda una forma de vida, envidiada por millones de africanos. Llegan atraídos por nuestra forma de vida, pero su presencia masiva la destruirá.
La ocupación de iglesias por los sin papeles, la ocupación ilegal de nuestro país por masas de africanos, nos lleva a recordar situaciones de colapso social provocadas por la falta de carácter de quienes estaban a cargo de la autoridad.
Ante la ocupación ilegal de los Estados Generales por un puñado de iluminados y desequilibrados que se autoproclamaron “Representantes de la Nación”, el rey Luis XVI contestó: “Ils veulent rester, eh bien, foutre, qu’ils restent!” (“¡ Quieren quedarse, pues bien, joder, que se queden!”). La Revolución había comenzado.
Cuando unos meses después una multitud vaya a buscar al rey a Versalles para conducirlo por la fuerza a París, el rey da orden a la Guardia de no disparar (“Hay que tener un alma atroz para derramar la sangre de sus súbditos, para oponer resistencia y provocar una guerra civil”).La multitud asalta el palacio y se pone a decapitar a la Guardia y a embadurnarse el cuerpo con la sangre de sus víctimas. El rey es conducido a París e internado en el palacio de las Tullerías
Tres años más tarde, en su último día como rey, cuando lo peor de los bajos fondos y el mundo de la delincuencia asalta el palacio de las Tullerías, el rey da orden a la Guardia Suiza de no oponer resistencia. Los asaltantes no sólo degüellan o descuartizan a la Guardia, sino a los sirvientes, las cocineras, las damas de servicio. Se mutila y castra a los muertos.
El joven teniente Napoleón Bonaparte fue testigo de los hechos. Incluso a alguien como Napoleón, que en una ocasión afirmaría “amo la venganza”, el espectáculo le repugnó: “He visto, contará Napoleón, mujeres de buen ver abandonarse a las peores indecencias sobre los cadáveres de los Suizos”. Los muebles son destruidos, todo desaparece, el vino, los libros, la ropa, las joyas. Napoleón no hubiese tenido los problemas de consciencia de su débil soberano: “Con un par de cañones habría barrido a toda esa chusma”.
Poco antes de morir, el rey Luis diría: “Para tener éxito hubiese necesitado el corazón de Nerón y el alma de Calígula”. Pero fueron sus escrúpulos de consciencia los que hicieron que su hijo, el pequeño Luis XVII, muriese con sólo 10 años de hambre e inanición en una oscura celda donde no entraba la luz del sol.
Napoleón, que no dudó en derramar la sangre de propios y extraños, dejó un legado jurídico y administrativo que aún perdura. Hoy en día su figura se ha vuelto tabú en Francia, es acusado de racista: prohibió los matrimonios mixtos y expulsó de Francia a la numerosa población africana que entonces vivía en la metrópoli (El París de 1789 contaba con una población de 10.000 africanos). Se olvidan otros aspectos progresistas de su legado, como el reordenamiento legal y administrativo que impulsó en Francia y que aún perdura, la abolición de la servidumbre en Alemania o de las cargas senoriales en Espana e Italia.
El Borbón Luis XVI, pariente de nuestro rey (curiosamente, Juan Carlos desciende del hermano de Luis XVI y de la hermana de la reina María Antonieta, al igual que su asistente militar, el conde de Santa Olalla) y Napoleón eran caracteres opuestos. Resulta sencillo imaginar cómo hubiese reaccionado cada uno ante el desembarco masivo de africanos en España. El uno, símbolo de un mundo que se acaba, el otro, rebosante de energía, creador de la egiptología, el Código Civil y la idea de una Europa unida. Él sabía que para entender el presente a veces hay que mirar los ejemplos del pasado, por ello antes de morir, escribiría en su testamento a su hijo: “Lee y medita la historia, es la auténtica filosofía”.