Las mafias llegan a hacer "promociones publicitarias" entre los habitantes locales. Sacamos cayucos a diario, pasamos lista y así nadie monta sin pagar
Todo está bajo control, según relata Diallo, que explica que el precio del pasaje oscila entre los 300.000 francos (unos 460 euros) y los 500.000 francos (unos 760 euros). «Depende de cómo negocie cada uno». Sobre la marcha se van cerrando grupos según la capacidad del cayuco y se les va dando salida. Al mando va un capitán con experiencia en el mar que cobra entre uno y dos millones de francos (entre 1.500 y 3.000 euros) y que al llega como un clandestino más. . |
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La mafia ha llegado a poner en marcha, como detalla nuestro hombre, lo que puede considerarse una política de acercamiento a la población local permitiendo que en cada expedición entren dos jóvenes de la isla gratis total. Así se ganan la confianza de los habitantes ante posibles pesquisas policiales que pretendan reventar el negocio. |
Diogué vista de lejos es una estampa casi caribeña de cocoteros y playas libres de voracidad inmobiliaria. Pero según se acerca el cayuco —casualmente, el único medio con el que se puede llegar a ella— la imagen cambia. Al visitante le da la bienvenida un poblado de chabolas sin luz ni agua corriente y con enormes parrillas de madera donde se secan al sol toneladas de pescado del que, tradicionalmente, han vivido sus 2.000 habitantes. En la arena, las tripas pudriéndose. En el ambiente, un olor nada agradable. Estamos en la desembocadura del río Casamance, a tiro de piedra de la frontera de Senegal con Guinea Bissau y a muchos kilómetros de las dos principales ciudades costeras del país, San Luis y la capital, Dakar.
Es aquí, lejos del control de los escasos medios con los que cuentan las Fuerzas de Seguridad senegalesas, donde las redes de la emigración clandestina campan a sus anchas. Según el jefe de la División de Comunicación de la Gendarmería, el tráfico de personas, en manos de lo que él considera pequeñas estructuras, se ha desplazado al sur por los controles que se llevan a cabo más en tierra que en mar, donde los medios siguen siendo insuficientes.
Pero la realidad de lo que ocurre en Diogué demuestra que organización no les falta a eso que se consideran pequeñas estructuras. Mussa Diallo —nombre figurado por lo que el lector descubrirá a continuación— detalla paso a paso cómo funciona este proceso en el que él anda metido hasta el cuello. Este hombre, más cerca de los cuarenta que de los treinta, es lo que en Europa se considera abiertamente como un mafioso y en África algo así como un Robin Hood que ayuda a hacer realidad el deseo de emigrar de muchos jóvenes. Pasando por caja, claro.
«Como la seguridad ha aumentado en San Luis y Dakar, ahora traen las piraguas vacías hasta Diogué, donde esperan los pasajeros. Los gendarmes y los militares del cercano puesto de Elinkine se dan una vuelta por aquí dos veces por semana, pero hay gente que nos avisa y ese día se esconden las barcas que están listas para salir». Diallo recibe a ABC en una de las dos habitaciones de su humildísima casa de cañizo y palos, donde toda la vida gira en torno a un porche que hace las funciones de salón, corral para las gallinas, cocina y ducha.
Los organizadores de los viajes son el último eslabón de una cadena que tiene contactos por todo Senegal y en los países de la zona que también «exportan» emigrantes. Y esos hombres cuentan a su vez con toda una red de subencargados de localizar a los candidatos a intentar el sueño europeo. Así, hasta Diogué llegan desde hace semanas jóvenes de Dakar, San Luis, Kaolak, Mbur, Ziguinchor... y de Malí, Guinea Bissau, Guinea Conakry o Gambia.
Todo está bajo control, según relata Diallo, que explica que el precio del pasaje oscila entre los 300.000 francos (unos 460 euros) y los 500.000 francos (unos 760 euros). «Depende de cómo negocie cada uno». Sobre la marcha se van cerrando grupos según la capacidad del cayuco y se les va dando salida. Al mando va un capitán con experiencia en el mar que cobra entre uno y dos millones de francos (entre 1.500 y 3.000 euros) y que al llega como un clandestino más. A veces les acompañan pescadores de confianza del capitán, que no pagan por realizar el viaje y que tienen como misión preparar la comida, poner orden en los pasajeros para que vayan bien instalados o asistirlos durante los mareos o cuando se mueven para hacer sus necesidades.
Viajes sin escalas
El negocio, según lo observado por este informador, está en plena ebullición. Las expediciones «salen cada día», asegura nuestro contacto. El hermano y un cuñado de Diallo, ambos de 18 años, partieron el pasado 5 de agosto en una embarcación que llegó a Tenerife «sin escalas tras 14 días de navegación». Muestra las fotos que se hicieron antes de partir y se pregunta si su hermano, que le llama a veces desde el centro de internamiento, tiene posibilidades de quedarse.
En el canal del río Casamance que rodea la isla, a escasos quinientos metros de la vivienda de Diallo, asistimos a la puesta a punto de varias piraguas. Mientras varias personas revisan los motores —dos ó tres de 40 caballos de potencia en cada una—, en el interior del casco observamos decenas de bidones con combustible, varias bombonas y cacerolas para cocinar, el GPS, sacos con paquetes de galletas. El agua, explican, está bajo las tablas que sostienen nuestros pies. Faltan los sacos de arroz, que será la base de la alimentación durante la travesía.
«El día de la salida vamos pasando lista y los montamos en una pequeña piragua que los va acercando a la grande en la que realizarán el viaje, que se encuentra alejada de la playa cargada con todo». Así intentan asegurarse que nadie se vaya sin pagar. Diallo lleva en sus manos un cuaderno de anillas más que trabajado en el que parece que se incluyen los grupos de su organización. En la tarde del jueves, los que se aprestaban a salir sacrificaron dos cabras y un cordero en una ceremonia en la que imploraban suerte para la locura que iban a emprender.
La mafia ha llegado a poner en marcha, como detalla nuestro hombre, lo que puede considerarse una política de acercamiento a la población local permitiendo que en cada expedición entren dos jóvenes de la isla gratis total. Así se ganan la confianza de los habitantes ante posibles pesquisas policiales que pretendan reventar el negocio. «Como ya no quedan más que personas mayores y jóvenes que no desean emigrar, se aporta la cantidad correspondiente a los dos pasajes a un fondo común que después se aprovecha para la mezquita o la escuela».
Volver a intentarlo
Por si aún quedaran dudas de lo bien montado que tienen el asunto, a aquellos cuya piragua fracase en su intento por llegar a tierras españolas y consigan regresar a Diogué se les da la oportunidad de volver a intentarlo o recuperar la mitad del dinero invertido. Este es el caso de Sekou Lamine Bodiang, que tras nueve días en el Atlántico ha tenido que regresar a Senegal hace unos días junto a sus compañeros de aventura porque los motores no daban para más. Mientras Diallo le entrega un fajo de billetes que se corresponde con la mitad de los 350.000 francos que pagó, nos explica que regresa a su ciudad, Ziguinchor, y que probablemente vuelva a intentarlo pasadas unas semanas.
La idea de Lamine es la misma que la de varios centenares de jóvenes que se han unido últimamente a los habitantes de Diogué. Al caer la tarde se les ve merodear por la playa, alrededor de las barcas casi listas o rezando en una alfombra instalada en una pequeña placita —si es que se le puede llamar así— frente a una chabola-locutorio. El movimiento es constante. Los preparativos, descarados. La vigilancia, casi nula. Diogué, el paraíso de los cayucos... a más de 2.000 kilómetros de Canarias.