Libros. 'Le Totalitarisme Islamiste' Alexandre del Valle
Fecha Domingo, 11 Junio a las 17:08:06
Tema Islam


Libros. 'Le Totalitarisme Islamiste' Alexandre del Valle

'Obispo de Roma, en el nombre de todos los musulmanes que comparten con nosotros este deber misionario, Lo invito a abandonar la religión idolatro-politeísta católica que predica y pronuncie la shahada, predicción de fé de los musulmanes [...]. dentro de poco tiempo encontrarán el Dios del Universo, de todo ser, de todas las cosas. Salven sus almas. Cuando se encuentren frente del juicio de Alá, ya no podrán decir que no fueron invitados a unirse a la verdadera fé, el Islams.”



Esta fue la declaración hecha el 4 de noviembre del 2001 sobre la RAI, en la emisión del programa Porta a Porta, por el presidente de la Unión de los musulmanes de Italia (UMI), Adel Smith. Es verdad que la islamización de la capital del catolicismo y de Italia constituye desde hace mucho tiempo una de las prioridades del programa de conquista de los fanáticos de Alá, los cúales se refieren a un hadiz de Mahoma que afirma que las primeras ciudades cristianas convertidas al Islam serían “primero Constantinopla y despúes Roma”. Así, Omar Bakri Mohammed, uno de los representantes del Frente internacional islámico de Ben Laden para Europa, declara: “Constantinopla fue islamizada, ningún musulmán duda que Italia lo será también, y que la bandera del Islam flotará sobre Roma (2).” Que sea el World Trade Center, considerado como el templo de la “finanza judeo-masónica internacional” tanto como el corazón económico de Estados Unidos, que sea la elección de Al-aqsa como nuevo nombre de la intifada – refiriéndose a la mezquita de Jerusalém -, que sea el ataque de un comando suicida de Al-Qaeda hacia la sinagoga de la Ghriba a Djerba, en Tunisia, el 11 de abril del 2002, como la de Estrasburgo que fue atacada en diciembre del 2000, que sean los budas de Bamiyan, o aún de Roma, centro espiritual y cultural del “occidente de la cruz” (al-Gharb al-salibi), los islamistas atacan sistemáticamente símbolos fuertes. Se agrega a la violencia física, la de un mensage simbólico.


El de Ben Laden, como el de los camicaces del Hezbollah y del Hamas, desde que el totalitarismo verde declaró la guerra al Occidente, en 1979, con la caída del Sah y la ascención del Ayatollah Jomeini, es: “los guerreros de Alá aman más a la muerte de lo que los occidentales la temen.” Con la decisión “cero muertos” cara a los americanos desde la guerra del Vietnam, los “islamicaces” oponen sus nupcias mortuarias y barbarias. “Creemos que, cuando les cortamos las cabezas, deshacemos sus cuerpos y dispersamos los pedazos, hacemos muestra de devoción y nos acercamos a Dios” (3), declaraba en la víspera de Navidad, en 1996, el emisario del GIA de aquél entonces, Antar Zouabri, en una misiva enviada al presidente Jacques Chirac, requerido de convertirse al Islam si quería evitar un “baño de sangre”. Este tipo de amenaza con una invitación a tener “la verdadera fé” también fue expresa al presidente Vladimir Poutine y a toda la Rusia por el Comité islámico mundial de Djemal Gueïdar, al primer ministro británico Tony Blair por el Londonés Omar Bakri Mohammed, o al jefe de Estado Italiano por la Unión de los musulmanes de Italia de Adel Smith.


Convencidos que el odio islamo-terrorista no es nada más que una reacción frente a la “injusticia” occidentalo-sionista, al “imperialismo” o al “neocolonialismo”, cada vez mas intelectuales y responsables occidentales piensan calmar la cólera de los “terroristas santos” dejando de sostener las “juntas militares anti-islámicas” en Alger o en otras partes del mundo, dejando el Iraq tranquilo, olvidando Israël, o retirando los GI’s de la tierra del Profeta. Olvidan solamente que, cuando los nuevos caballeros del yihad exhortan el Papa y los jefes de Estados “judeo-cristianos” a convertirse en musulmanes, el verdadero mensaje que mandan a los pusilánimes Occidentales es el siguiente: mientras no esté definitivamente sumiso a los órdenes de Alá, el Occidente, como el resto del mundo “no sumiso”, jamás tendrá paz. Arrestado en Afganistán por las fuerzas americanas el 9 de diciembre del 2001, el “talibán australiano” David Hicks, alias Mohamed Dawood, resumía perfectamente, poco antes del 11 de septiembre, esta advertencia: “Escuchen a los guerreros rugir. Que esto llegue a todos los condenados! Que vuestra sangre chorreante llenen sus copas! Que sus bocas hambrientas devoren vuestras almas! Deben alimentarse de la comida de Mahoma; si no están de acuerdo, sus cabezas caerán. El mundo occidental y su tecnología está en contra del mundo islámico y su mitología. El mundo musulmán será el próximo a quedar en esta tierra (4).” Este terrible mensaje fue perfectamente recibido un cierto 11 de septiembre del 2001.


Pero, detrás de una aspecto arrogante, las democracias occidentales disimulan mal su miedo. Hasta tiemblan. Ben Laden explicó de manera más clara que sus predecedores el motivo de la guerra del totalitarismo verde: la islamización total del género humano, de grado o por fuerza. De alguna manera, el mundo libre, porque ese es el nombre que hay que darle a los enemigos del totalitarismo islámico, se considera ya vencido, esperemos que solo psicológicamente y moralmente. Veremos de que manera.


LOS EFECTOS DEL TERROR ISLAMISTA, ENTRE MIEDO Y FASCINACIÓN

Un año despúes del 11 de septiembre, no obstante la “derrota” de los talibanes y el comportamiento guerrero de Georges Bush Jr, Ben Laden ganó una doble victoria psicológica: aunque sean tecnicamente y militarmente millones de veces más fuertes que Al-Qaeda, los occidentales están terrorificados por el islamismo. Saben ahora que los locos de Alá pueden golpearlos en cualquier lugar y en cualquier momento, y sobretodo en su propio territorio. Ben Laden los convenció magistralmente que a armas iguales, los caballeros de Alá ganaban, el temor de la muerte y la determinación haciendo toda la diferencia.

Pero por otra parte, bien que los musulmanes del mundo entero hayan condenado los medios utilizados por Ben Laden y sobre todo el asesinato de inocentes, muchos no pudieron impedirse de declarar con orgullo que “si el Islam no le tiene miedo a nada, todos le tienen miedo al Islam”. Hasta la gigante China, la Rusia nacionalista y la hyperpotencia americana. Mientras millones de occidentales tuvieron pánico con la sola idea que Ben Laden esté al mando de los Estados Islámicos disponiendo de armas de destrucción masiva, millones de musulmanes, particularmente los que detestan Estados Unidos e Israël, estuvieron orgullosos que “solo el David islamista tuvo el coraje de atacar el Goliath americano en pleno corazón”. Increible mensaje de galvanización de masas, el atentado del 11 de septiembre le dió coraje a otros camicaces a hacer lo mismo. Porque, para los moudjahidines (muchtahid), “el paraíso de Alá está en la sombra de las espadas”. En todas partes, es cierto, los islamistas se volvieron aún más agresivos: en Israël, primero, dónde las brutales represiones de Tsahal debidas a los atentados-suicidas no hicieron nada mas que incitar el Hamas a multiplicar las bombas humanas; en Cachemir y en Pakistán (atentados de abril, mayo y julio del 2002), dónde una parte del Staff de Al-Qaeda y de los talibanes se repliegó para ayudar a los rebeldes islamistas, con el riesgo de aumentar el conflicto y algún día crear una guerra atómica entre la India y el Pakistán; en Macedonia, dónde otros talibanes y seides de Ben Laden intentan crear de nuevo un conflicto en los balkanes; y hasta en los “suburbios del Islam” de Italia, de Francia o de Estados Unidos, dónde jóvenes musulmanes expresaron su admiración por “Ousamma, el justiciero de los Palestinos que osa desafiar a Estados Unidos y los Judíos sionistas”, el nuevo Saladino que les dá coraje para continuar su “intifada francesa” contra las sinagogas, las iglesias, las escuelas judías y los “galos”.

Tantos incidentes que tratan de minimizar con el fin de no provocar aún más los atacantes galvanizados por Ben Laden y de no ceder al amalgama y la xenofobia. Así, mientras la élite inteligente se cansa en reconfortar la opinión pública occidental explicando que en los suburbios el islamismo no es mayoritario, que “los islamistas no son todos terroristas” y que “el Occidente también conoció el fanatismo”, los portavoces de Al-Qaeda en Europa y un Oussama Ben Laden a la aparencia profética explicando calmamente en todos los televisores cómo los mártires de Alá “vengaron los muertos palestinos y de Iraq”, móbil que no faltó de convencer más de un Occidental sensible a la Vulgata del tercer mundo. Durante los meses que siguieron el 11 de septiembre, las democrácias occidentales hasta dejaron hablar extremistas abiertamente pro-Ben Laden y sobre todo a campeones del rating, como Adel Smith, quién declaró públicamente que “el ataque a las torres gemelas no puede ser definido como ataque terrorista, al menos que califiquemos también de terrorista Hiroshima, o el apoyo americano al Estado agresor de Israël (5)”, y quién comparará a Ben Laden al “resistente apache Gerónimo”. Omar Bakri Mohammed, él, explicará que “para la nación musulmana, el 11 de septiembre es un día de fiesta, porque solo el movimiento islámico del yihad pudo tener el coraje de atacar en pleno corazón la América sionista con los mártires”.

 Citemos también “personalidades” deportivas, como uno de los futboleros del equipo de Bari, Rachid Neqrouz, el cuál declara: “yo, me siento hermano de Ben Laden, el que osó desafiar solo a América”, y que recomendará también de “rezar por él y los talibanes (6)... Lejos de ser intimidados o de adoptar un profil bajo, los líderes islámicos europeos se volvieron más arrogantes y aún más determinados. Así, Hamza Roberto Piccardo, secretario general de las comunidades islámicas en Italia, no dudó en declarar, 15 días apenas despúes del atentado del 11 de septiembre: “no me siento para nada americano, yo soy italiano y musulmán. [En Palestina], el ocupante no es inocente, los camicaces golpean el enemigo al precio de sus vidas [...]. Peleamos sostenidos por un hadiz del Profeta que dice que “el sol vendrá del Occidente”; este hadiz debe ser interpretado como un renacimiento del mundo islámico a partir de Europa. Nosotros somos doze millones, pero no dejamos de crecer cada día más. Cuando la charia es aceptada por la mayoría del pueblo, se transforma en ley democrática (7)...”


LA MAS GRANDE OPERACIÓN DE MARKETING ISLAMISTA DESDE LA REVOLUCION IRANI.

Temible estratega y maestro en guerra psicológica, Ben Laden logró su principal objetivo: la más grande operación de marketing islamista del planeta después de la revolución Iraní y el asunto de los vesículos satánicos. Porque, difusando sus videos en todo el planeta, permitimos al nuevo Saladino seducir tantos anti-occidentales y otros interlocutores vulnerables que logra choquear. ¿Haciendo una tal publicidad a este fanático, no tomamos el riesgo que sus conceptos totalitarios ganen nuevos adeptos fieles y simpatisantes? La gestión apocalíptica y barbaria de Ben Laden no hizo más que desvalorizar la imagén del Islam, se ha escuchado decir. Es olvidar lo que el Carlos saudiano recordó sobre uno de los princípios elementarios de la comunicación y de la psicología social: “que hablemos en bien o en mal, no importa mucho, mientras hablemos de ello.” En exclusividad para CNN y Al-Jazira, Ben laden propuso a los jóvenes drogadictos imágenes ultraviolentas, la primera superproducción versión live al lado de la cuál la guerra del Golfo en transmisión directa sería ridícula. Y fascinó a más de uno, empezando por los jóvenes musulmanes desarraigados de los suburbios, que solo recordaron la conversión de Tyson y del odio antijudío de los camicaces palestinos.

Subjugó también tanta cantidad de no-musulmanes, esencialmente de entre tres categorías: los locos de la violencia virtual y otros jóvenes perdidos que rechazan todo tipo de órden establecido; los nostálgicos del nazismo u otros judeofóbicos y los anti-Americanos de extrema derecha viendo en Ben Laden una versión beduina y barbuda de Hitler; y, generalmente, los medios ideológicos antisionistas y anti-imperialistas de izquierda y de extrema izquierda que, en vez de reconocer en el terrorismo islámico el nuevo “fachismo verde” del cuál tendrían que haber sido los primeros enemigos desde hace mucho tiempo – como los homólogos mas lúcidos del mundo musulmano -, quizieron ver en él nada más que una reacción desesperada de masas desheritadas del mundo árabe, humillados por la injusticia de Israël y el imperialismo americano. Así, ¿algunos de nuestros “islamólogos” fueron hasta poner lado a lado Ben Laden y Georges Bush Jr., “los dos adeptos de una visión dicotómica del mundo” según François Burgat, y acusar el Occidente de haber “ privado de libertad [...] las corrientes dichas “islámicas” que no constituyen obligatoriamente la amenaza que creemos”?. Resultado, “ las cruzadas contra los musulmanes responde sin ninguna sorpresa entonces, el yihad contra los cristianos (8)”.

Para otros también, el millonario terrorista apareció, aunque haya cometido un acto de barbarie, como algún “Robin Hood”, “un dandy de Alá” habiendo renunciado al confort material que le aseguraba su condición de nanti para juntarse con los nobles moudjahidines(muchtahid) afganos y después defender a los Palestinos persecutados. Los dichos de Michel del Castillo atacando América y defendiendo la “dignidad humana” de los islamistas y de Ben Laden son muy elocuentes: “ mi tristeza y mi disgusto no me vuelven por lo tanto solidario a América [...], nunca seré un Americano. Soy europeo del sur, medio Andalúz, mejor dicho medio musulmán [...]. Semando la muerte en la morada americana, Ben Laden no persigue ningún objetivo político. Piensa hacer un combate espiritual con armas obviamente desproporcionadas, porque toda la potencia se encuentra del lado del adversario [...]. Adivinamos lo que habría dicho y pensado Dostoïevski de Ben Laden, lo que habría escrito sobre los locos de Dios: no es una bestia feróz.

Es un hombre [...], mi similar (9).” Extraordinario ruso de la historia. Los occidentales nunca fueron tantos a denominarse “musulmanes”, a mostrar su “solidaridad” hacia el mundo islámico y las víctimas del imperialismo “americano-sionista”, sostuvieron casi directamente las revendicaciones islamistas, que sea la islamicidad de la esplanada del Monte del Templo en Jerusalém, que describimos únicamente bajo el nombre de “las esplanadas de las mezquitas”, que sean las insoportables provocaciones de Georges Bush Jr quién hubiera cometido el error “imperdonable” de comparar la lucha contra el totalitarismo islámico a “las cruzadas contra el Mal”, o las de Silvio Berlusconi quién considera el universalimo democrático occidental “superior” al obscurantismo de una parte del Islam. Ben Laden ganó su apuesta: desde el atentado del 11 de septiembre, nunca, en Europa y Estados Undios, se habló tanto del Islam, tanto en bien como en mal, y se compró tantos Coranes y ensayos de jurisprudencia islámica. Lo vemos bien, el “amalgama” tanto temido entre Islam e Islamismo funcionó, y no son los “islamófobos” que lo establecieron sino Ben Laden mísmo y todos los que sostuvieron sus intenciones y justificaron sus actos o los que fueron fascinados por el personaje.


Retornando hábilmente a su favor los casos, ciertamente inaxeptables, de intolerancia constatados en los Estados Unidos en respuesta a los atentados, en contra de los militante islamistas y hasta de los simples ciudadanos musulmanes americanos, los líderes de las organizaciones islamistas lograron, en la misma tendencia del “no amalgama”, transformar un manifiesto de barbarie verde en una inmensa operación de publicidad a favor del “verdadero Islam”, un Islam indudablemente “tolerante” ya que los musulmanes son naturalmente “víctimas” de los autóctonos judeo-cristianos, justipreciables de “racismo”, culpables del colonialismo, cómplices del sionismo y llenos de prejuicios concernando el Islam.

Al término de esta campaña de mobilización engendrada por los islamistas en contra de alguna supuesta “islamofobia” de los “imperialistas occidentales”, las converciones al Islam nunca fueron tan elevadas en Occidente y hasta en los Estados Unidos que desde el 11 de septiembre, mientras que en Europa los más fanáticos islamistas, condenados en sus propios países, pudieron seguir predicando su ideología de odio casi tan libremente como antes, la única diferencia siendo que las declaraciones abiertamente terroristas son ahora ilegales a Londres! Porque Ben Laden les hizo un inestimable favor a todos estos obscurantistas barbudos en busca de respectabilidad: si él es un “integrista musulmán”, basta con condanar el terrorismo bruto y de desolidarizarse de Al-Qaeda para salir del campo descalificatorio del integrismo islamista y aparecer como un “moderado”.


DEL SINDROME DE ESTOCOLMO...

Capitulando antes de haber peleado, los Europeos parecen tentados, como antiguamente los rehenes fascinados por sus verdugos, de defender a los bárbaros de Alá, por eso aparecen en los medias fórmulas de propaganda las más pérfidas de Ben Laden aspirando hacer el sionismo, el “fachista” Sharon, el imperialismo americano, responsables de los atentados, aunque el destino de los Palestinos, no más que el del régimen baasista(baathista) “ímpio”, jamás preocuparon el multi-millonario saudita, Leïla Shahid y Yasser Arafat lo recordaron. Terrorisados por la violencia islámica, sintíendose culpables por las Cruzadas, por el colonialismo y el sionismo, el Occidental capitulatorio se cansa encontrando exusas oblícuas a los “fachistas verdes” y su dinámica barbaria.

Es en el cuadro de esta tentativa sospechosa que los medias y las autoridades intelectuales rehabilitaron súbitamente, desde el 11 de septiembre, las tesises antiguamente iconoclastas que denunciaban el peligroso nexo entre la CIA y Ben Laden en la guerra fría. Como si estuvieran tratando de ayudar y de salvar a estos monstruos “verdes” (el verde siendo el color del islam) que ensanglentaron Manhattan. Como si denunciando las relaciones entre la CIA y Ben Laden querian abatir la víctima y encontrar exusas a su verdugo islamista, finalmente “no tan culpable ya que fue creado por los Estados Unidos”. Habiendo pertenecido a los que con más vigor denunciaron la política pro-islamista de los Estados Unidos (10), consideramos muy sospechosa la tendencia actual que quiere acusar a los Americanos de haber “fabricado” el monstruo islamista, sin nisiquiera hablar de los que afirman que la CIA y el Mossad hubieran planificado el atentado de Manhattan y del Pentágono juntos para justificar proyectos de oleoductos en Asia central y favorisar la represión en Palestina, enfatizando así las tésises más delirantes del Hamas palestino.

Apartando el hecho que sean moralmente inaceptables, estas tésises “revisionistas en tiempo real”, utilizando los dichos de Alain Finkielkraut, difusadas en Francia por algunos militantes de extrema izquierda, alimentan una patología propia de los grupos traumatizados, el “síndrome de Estocolmo”, en refencia a los famosos rehenes de Estocolmo quienes sorprendieron a sus sicólogos cuando defendieron los móbiles de sus antiguos verdugos con la esperanza de ser graciados por ellos. Esta nueva perversión analítica anti-americana y muniquense debe ser combatida vigorosamente porque nada justifica la barbarie, o sea la islamista, que no tiene sus raices en la política americana ni en la injusticia israelita sino en una nueva forma patológicamente anti-occidental de racismo y de xenofobia que gana día a día el tercer mundo arabo-islámico, una ideología neototalitaria islamisada que ya se había manifestada símbolicamente en la conferencia “antiracista” de Durban en el verano del 2001.

En pocas palabaras, un nuevo obscurantismo islamista que se incrementó gracias a la explosión demográfica y la voluntad de revancha del mundo arabo-musulmán “humillado” por el Occidente. Pero es cierto que la tésis que consite en decir que fue la CIA quién “creó el islamismo” permite ocultar el hecho que los islamo-terroristas justifican su sed de sangre por la teoria clásica del yihad, y que los no-Occidentales pueden ellos también ser intolerantes, racistas y “fachistas”. Realidad que el postulado central del políticamente correcto y del terrorismo intelectual moderno solo pueden negar ya que se basa al contrario sobre la idea de la maldad y de la intolerancia propias a los judéo-cristianos occidentales, culpables de todo y eternalmente endeudados hacia las “víctimas definitivas” ex-colonisadas y humilladas del tercer mundo.


...AL “ISLAMICAMENTE CORRECTO”

Desde la catástrofe del 11 de septiembre, el Islam y el “islamismo” han estado al centro de todas las numerosas discusiones pero la desinformación nunca fue tan grande en lo que concierne la naturaleza verídica de la ideología que motivó a los camicaces de Manhattan. A pesar de lo dicho anteriormente, y conforme a lo que llamamos el “islámicamente correcto”, forma islamizada del tradicional “políticamente correcto” y del Pensar único, los atentados de la primavera del 2001 – como los que terrorisaron el Occidente anteriormente desde los años 1970 y sobre todo la revolución Jomeinista de 1979 – fueron una nueva ocasión, con el pretexto de evitar el “amalagama”, para glorificar las cualidades intrínsecas del Corán proclamado “texto de paz”, de magnificar el mundo islámico “mayoritariamente tolerante”, y hasta recordar que el Islam ortodoxo, lejos de llamar a la violencia, es una “religión amorosa”. En este esquema, los islamo-terroristas hubieran “traicionado” el “verdadero” Islam, un poco como Staline, Pol Pot, Mao o Enver Hodja hubieran tracionado el “verdadero” comunismo, no incriminable como tal pero “desnaturalizado” por los revolucionarios belicistas que se lo apropiaron.


En realidad, si traición hay, indiscutiblemente, esta es únicamente parcial. Porque, como la violencia estaliniana se basó indudablemente sobre la lucha de las clases y la dictadura del proletariato, lo que no significa que Marx haya deseado las masacres hechas en su nombre, los islamistas citan en permanencia los capítulos del yihad y los ensayos de Ibn Taymiyya, figura de la escuela hanbalita, una de las cuatro escuelas jurídicas reconocidas porel Islam sunita. Decir esto no puede afirmar que el Islam es reductible al islamismo. Soheib Bencheikh habla justamente de un “tumor nacido en el cuerpo del Islam que riesga con matarlo”. Pierre-André Taguieff esclareció perfectamente no solo la naturaleza neototalitaria del islamismo, sino también la manera de sus compañeros para corromper la “justa denunciacíon de la islamofóbia reduciéndola a ser nada más que un cinturón de seguridad de todas las derivas totalitarias y terroristas del fundamentalismo musulmán [...].

De dónde proviene el ejercicio transformado en ritual, en algunos medios dichos “anti-racistas”, consistiendo en denunciar el “anti-islamismo” con indignación, presuponiendo la inexistencia de toda amenaza islamista. Para ser credibles, esta postura argumentativa implica remplazar de manera subrepticia la hostilidad hacia el islamismo en hostilidad hacia el Islam. De asimilar positivamente entonces Islam e islamismo [...]. La denunciación letánica de los amalgamas polémicos (entre Islam e islamismo, fundamentalismo islámico y terrorismo) puede funcionar como una retórica auto-protectora [...], un dispositivo inmunitario que tiene como meta principal prohibir toda crítica del Islam [...].

Todo lo que concierne el Islam se vuelve incriticable, intocable. Terrorismo intelecual (11)”. Basándose en esta “pravda islamicamente correcta”, la denunciación del terrorismo islámico, si es contrario al “verdadero Islam”, “religión de paz y tolerante”, fue finalmente la ocasión de perpetuar los lugares comunes de un mundo islámico “mayoritariamente moderado” y de la “Era de oro Andalúz musulmana”, dónde hubieran cohabitado con la más grande harmonía judíos, cristianos y musulmanes. Pensando que el mito de la Andalucía “tolerante” es una realidad y una actualidad...


De manera muy paradoxal, cada vez que la Internacional islámica ataca en Algeria, en Afganistán, en Indonesia, en Egítpo, en Francia o en América, las autoridades morales e intelectuales proclaman “incorrectas” las tesises según las cuáles la violencia islámica expresaría también una colisión entre dos formas de ver el mundo irreductibles, dos civilizaciones antagonistas, cada una teniendo sus valores y su percepción del Otro, el mundo musulmán hundiéndose cada vez más en el obscurantismo y el anti-occidentalismo del totalitarismo islámico, el terrorismo siendo nada más que una de sus formas.

Los intelectuales egípcios separados de fuerza por los tribunales civiles por haber osado criticar el Corán, las mujeres lapidadas en Nigeria, en Sudán, en Iraq o en Arabia Saudita, los católicos condenados a muerte por blasfemia en Pakistán, la enseñanza del odio anti-judío en la casi totalidad de los programas escolares de los paises arabo-islámicos, como la persecución de los cristianos y de los no-musulmanes en muchos de estos paises, son tanto “firmas”, no terroristas al sentido de Ben Laden, pero no menos reveladoras del totalitarismo islámico. Porque, antes de encarnarse en un Estado o de exprimirse por las llamas de las bombas humanas, el totalitarismo islámico participa a un movimiento general de obscurantismo y del odio del Otro. Que lo quiéramos o no, y si debemos combatir los amalgamas más que nunca, el mundo musulmán en general – y no únicamente los talibanes y los wahhabitas, pero hasta en las calles de Djakarta, Lahore o Riyad – es cada vez más receptivo a las tesises xenófobas anti-occidentales, anti-cristianas y anti-judías (12), en breve, progresivamente gangrenado por la ideología totalitaria basada sobre el odio del Otro como la que motivó al pueblo alemán, al principio pacifista pero poco a poco fanatisado, y que los llevó a la terrorificante “solución final”.

Pero esta idea es insoportable para los Occidentales del después de la guerra fría, a quienes Francis Fukuyama anunció el “fin de la historia”, dónde la diabolización de las tesises, comunmente mal interpretadas, de Samuel Huntington quién anuncia el principio de una nueva era marcada por los enfrentamientos civilizacionales, y sobretodo el choque frontal y cada vez más violento entre el mundo musulmán en vía de re-islamización radical y el Occidente “arrogante”. El islamicamente correcto y la visión idílica de un mundo sin conflictos, ambos basados sobre las ideologías progresistas radicales que combaten hasta la idea de fronteras nacionales y civilizacionales como la de conflictos (“no tenemos más enemigos”), funcionan en fin como redes de lectura deformantes e inhibidoras impidiendo definir claramente la nueva amenaza totalitaria.


El terremoto del 11 de septiembre del 2001 no es un evento aislado. Se inscribe en un contexto general de una verdadera guerra civilizacional declarada por el totalitarismo islámico desde la decolonización y la creación del Estado de Israël, percibida por las masas musulmanas como el “nuevo Estado de la cruz” de los invasores occidentales. De dónde, entonces, la actualidad correlativa de la figura liberadora de Saladino, a cuál se identifican Saddam Hussein y Oussama Ben Laden, concientes que serán recuerdos históricos y símbolos para el pueblo musulmán quién no fue aún destronado por el culto del instante o la fievre moderna del “movismo”.
Subrayemos el diagnostico inquietante del islamólogo Bernard Lewis: “El cristianismo se modificó, el Islam no pudo o no quizo hacerlo, al contrario [...]. Cuando Ben Laden asenta hechos históricos, su “audiencia” sabe perfectamente de lo que habla. Saladín está con ella. Las victorias y las derrotas, las referencias al Corán hacen parte de la memoria colectiva más común.

Los musulmanes no se ven como una nación dividida en grupos religiosos pero como una religión dividida en naciones [...]. El Islam se siente más fuerte gracias a las referencias históricas [...] y la demografia. Todos nuestros esfuerzos para afirmar los valores de multiculturalismo y de tolerancia fueron percibidos por los musulmanes como un miedo [...]. Hace ya tres siglos que el Occidente domina el mundo, pero América puede perder si sentimos que tiene miedo [...]. Los nazis, los Soviéticos, la guerra fría convencieron el Islam que el Occidente es capaz de autodestruirse [...]. Las inscripciones sobre las paredes de la mezquita de la Piedra a Jerusalém exaltan la superioridad del Islam. Los musulmanes invadieron tres veces Europa: los Moros en España, los Tártaros en Rusia y los Turcos en Viena. Se atacaron en Bizancio, al Imperio romano germánico y hoy en día al Occidente y Estados Unidos.

El Islam nunca dejó de soñar de una gran revancha hacia el mundo corrupto y perverso que lo dominó (13).” La guerra de las civilizaciones y religiones, característicos del IIIer totalitarismo, lejos de ser una invención de Huntington, no es declarada por el Occidente, que no la desea de ninguna manera, pero por los islamistas que intentan aprovechar los dramas palestinos, Irakíes o Tchtchenos, para levantar todo el mundo musulmán. Desgraciadamente, sus discursos son escuchados por las masas tiermundistas árabo-islámicas que quieren vengarse de la humillante paréntesis colonialista y conquistar definitivamente el “Occidente judeo-cristiano”, debilitado desde el interior y, fenómeno inédito – “signo de Alá” – receptivo al proselitismo islamista. ¿Este sueño es locura? Quizás. Pero sería tan loco no tomar en cuenta esta pulsión vengativa y bélica muy real que enfervoriza millones de individuos. “Sólo los que no escuchan no entendien: es una cruzada invertida que esta en marcha, una guerra de religiones que denominan yihad, [..] son millones y millones, los extremistas, los fanáticos que ven en Ben Laden una leyenda igual a Jomeini [...]. Aquellos que creen que la guerra santa terminó en noviembre del 2001 con la desagregación del régimen talibano o que se consuelan viendo las imágenes de mujeres afganas que osaron abandonar la burka se equivocan, porque el afrontamiento entre ellos y nosotros no es militar. Es cultural y religioso. Nuestra civilización es demasiado preciosa para que la dejemos ser amenazada y violada por cualquiera”, dice Oriana Fallaci (14), quién describe crudamente una realidad dificil de entender aunque sus exesos verbales sean objetivamente denunciables.


MAS QUE UN SIMPLE INTEGRISMO, EL IIIer TOTALITARISMO

Aunque siendo responsables de no haber desvelado el verdadero origen del totalitarismo islámico por miedo de favorisar las tésises “islamofobas”, analistas y otros “orientalistas” fueron incapaces de tomar medida de la nueva amenaza que planea sobre las democracias occidentales. Unos rechazaron por principio acoplar los términos de Islam y terrorismo, prefiriendo hablar de “caos” o de “amenaza terrorista”, denunciando una politización del Islam que pervertiría la esencia de esta “religión amorosa”. Otros tenían la certeza que el islamismo era un “integrismo” religioso. Pero se apuraron en precisar que había que condenar de la misma manera “todos los integrismos”, que sea el judío (loubavitch, hassidim), protestante (quakers, presbiterianos, etc.), católico (tradicionalistas radicales), y que el “mundo islámico terminará por evoluar como el nosotros.” En breve “unos atentados más y se calmarán”... Es realmente necesario decalcar el menosprecio, el racismo que esta detrás de este tipo de pensamiento que no muestra solo un fatalismo suicidario, pero sobretodo la inconfesable convicción de que “les Lumières, no es realmente para ellos”. ¿Está realmente bien, procesando el islamismo después de cada atentado asesino, hacer de nuevo el juicio de los otros monoteístas, judío o cristiano, porque son “las tres religiones del Libro”? Como si algún obscurantismo del pasado pordría perdonar o justificar un obscurantismo presente o futuro.


Este tipo de paralelismos provienen de un grave error de análisis e impiden entender el verdadero origen del islamismo, por dos razones como mínimo. Primero que todo, la noción de integrismo proviene originalmente de los movimientos católicos no políticos que estaban en contra de la modernización de la Iglesia, mientras que la de fundamentalismo es inherente a las Iglesias protestantes que tienen una lectura literal de la Biblia. Después, comparar el islamo-terrorismo internacional de Ben Laden a los “integrismos” cristianos o judíos vendría a hacer creer que los adeptos de Miseñor Lefebvre o de Rav Loubavitch serían tan asesinos y bárbaros que los islamicaces del Hamas o de Al-Qaeda que hacen explotar discotecas, restaurantes y Twin Towers y que son tan sanguinarios que los desgolladores del GIA que arrojan vitriolo a las jóvenes en mini faldas o cortan las cabezas de los nenes delante de sus madres violadas...

El cristianismo se reformó varias veces, aceptó someter las escrituras santas al estudio científico y renunció a la conquista del mundo vía la fuerza hace ya mucho tiempo. El judaísmo es estructuralmente incapaz de producir lo mismo que el islamismo ya que es refractario a todo tipo de proselitismo. Solo el Islam es a la vez universalista y prosélito, como el cristianismo y el judaísmo es monoteísta y ritualista, habiendo conservado una teología de la violencia y de la conquista del mundo. Que sea cristiano, judío, budista o hinduista, ningún otro tipo de “integrismo religioso” es tan universalmente guerrero, planetariamente fanático e indefinidamente conquistador como el islamismo. El paralelismo entre las “tres religiones Abrahánicas” y los tres “integrismos” no funciona, aún si en Israël o en Irlanda del norte algunos grupos extremistas se reivindican de la Biblia, y aún si es cierto que la Iglesia católica fue violenta en el pasado como todos los conquistadores israelitas en sus épocas.


El islamismo no es entonces ni únicamente un “integrismo religioso” ni una simple “politización-instrumentalización” del Islam. Es las dos a la vez: politiza la religión tanto como espiritualiza lo político. De esta manera, solo traiciona de por medio la religión de Mahoma cuya escolástica concibió una confusión en lo espiritual y en lo político, teorizó el yihad y después ordenó la sumisión de la humanidad a Alá. Cuando recuerdan a los fieles musulmanes del mundo entero de “ordenar lo que es conveniente y de prohibir lo que es condenable” (3, 104; 9, 71) (15), en todas partes (hasta en los paises “ímpios” dónde tienen derecho a vivir) y en todas las circunstancias, por el medio del proselitismo (da’wa) o por la fuerza, los islamistas se basan sobre textos que nunca fueron denunciados por las grandes autoridades religiosas. Decir esto no es asimilar Islam e islamismo. Pero existen innegablemente “pasarelas” entre los dos, no es la misma cosa, aún si algunos ven un insoportable lesa-Mahoma.


Sin tomar en cuenta esta base teologica-espiritual, el islamismo radical no es un integrismo o un fundamentalismo religioso. Es mucho más que eso. Se trata mejor dicho de un nuevo totalitarismo, de una ideología de destrucción masiva que se apoya sobre el obscurantismo religioso siendo a la vez contemporaneo, en su nihilismo suicidario y sus hecatombes tanatocráticas. Finalmente, el fanatismo religioso exacerbado por Internet, la sublevación de los paises del tercer mundo, la explosión demográfica y la pulsión nihilista moderna analisada por Glucksmann... Mezcla altamente explosiva y paradójica.


EL PRIMER “TOTALITARISMO EXOTICO”

Le hacemos entonces frente a un totalitarismo teocrático y anti-occidental de un nuevo tipo. El primero que no fue creado por los blancos “judeo-cristianos” sino proveniente del tercer mundo, el primer totalitarismo del Sur haciéndole frente al Norte. Por la primer vez también, el totalitarismo no es incarnado por un Estado militarisado y todo poderoso disponiendo de arsenales terrorificantes, de soldados con cascos y uniformes, como el estaliniano o el nazismo, pero se posiciona del lado de los débiles, de los humildes, de los “sin-Estado” y de los “sin-uniformes”, de los inmigrados, víctimas del “racismo” y de la “islamofobia”, y generalmente de las masas “desheredadas” del tercer mundo, antiguamente colonizadas – “entonces humilladas” – , hoy en día víctimas del “imperialismo occidental”. La diferencia, aparentemente abisal, es muy engañadora. Primero que todo porque el totalitarismo verde lleva la máscara de las minorías “oprimidas” solo cuando tiene que desbaratar la desconfianza del Estado al poder del cuál no puede tomar el control, en tierras del Islam como en Occidente.

Es muy diferente su atitud cuando este se encuentra al poder. Reaparecen entonces los uniformes para las mujeres tanto como para los hombres (burka, tchador, barba, etc.), las dictaduras (Irán, Arabia Saudita, Emiratos de los talibanes, etc.), las persecuciones y los genocidas (Sudán). No nos dejemos entonces ser abusados por la subversión de los términos y la confusión de los roles, dominios en los cuáles los islamistas son maestros en el cuadro de su “estrategia victimaria del debil al fuerte”: detrás de una retórica aparentemente “progresista” de “persecutados” permanentes y de víctimas del “racismo blanco”, el programa del totalitarismo islamista es él de una ideología extremadamente reaccionaria y fachisisante destilando un “neoracismo de exterminación masiva” con el objetivo de hacer una nueva solución final de esos “blancos judeo-cristianos” (Israël, Estados Unidos y Europa), “principales figuras de resistencia a su empresa de islamización del género humano (16)”. Nueva solución final del Occidente en su conjunto, en vertud de este silogismo infernal: “el Occidente judeo-cristiano es culpable de las cruzadas, de la colonización, del sionismo, y del imperialismo, entonces responsables de todos los males de los cuáles sufren las naciones arabo-musulmanas humilladas; entonces debe desaparecer o someterse al orden islámico para expiar sus errores...”

Nueva solución final de los Judíos, encontrando su justificación a través de la estigmatización del Estado “fachista” de Israél y este otro silogismo: “Israél siendo el Mal absoluto debe desaparecer, los Judíos del mundo entero le es solidario, pues deben desaparecer también...”. Por eso entonces las constantes referencias de los islamistas de todas partes a los protocolos de los Sabios de Sion y hasta a Mein Kampf. Por eso también las numerosas semejanzas, aparentemente paradójicas, entre nazismo e islamismo, que desarollaremos más adelante. No cambia el hecho que la más grande ventaja del “fachismo verde” es el sentimiento simétrico de culpabilidad suicidaria que supo mantener en estos mismos Occidentales cromosomáticamente defectuosos. Culpabilidad mortífera que otro totalitarismo precursor y cómplices varias veces supo desarollar e instrumentalizar.

El totalitarismo verde no es sólo el tercero de los totalitarismos, pero es en varios puntos el heredero unificador de los dos primeros. No hay sorpresas entonces al ver convergir hacia él no solo los adeptos de los dos anteriores, de Carlos, ahora “neo-wahhabita”, los veteranos nacional-socialistas (Joannes Van Leers) y sus seides neo-nazis actuales que consideran Ben Laden, el Hezbollah o el Hamas como las mejores formas de resistencia al imperialismo americano-sionista y a los judeo-masónicos”, equivalencia de los judíos y de los cruzados de Ben Laden (al-yahoud wa’l-salibiyoun), hasta los adeptos del arrepentimiento eterno y del “islamicamente correcto”, versión selectiva y anti-sionista del tradicional politicamente correcto. El totalitarismo verde sigue de alguna manera el mismo camino que los anteriores, con la única diferencia que el verde trae al odio de los totalitarios pasados una justificación teológica y una benedicción divina.


Después de totalitarismo rojo, basado sobre la lucha de las clases, el nazismo basado sobre la lucha de las razas, el Occidente debe afrontar esta vez el totalitarismo verde, basado sobre la lucha de las religiones y civilizaciones. En apariencia, y únicamente de ese modo, este IIIer totalitarismo es más debil que los dos primeros, porque los neototalitarios de Alá consideran tres de sus ventajas como verdaderos signos de elección divina: una demografía creciente, las más grandes reservas de petroleo del mundo y una determinación sin límites que lleva a los “islamicaces” a “preferir la muerte a la vida”. Su cuarta ventaja es que este nuevo totalitarismo islamista es paradójico, es decir aparentemente “progresista”. Que sea al seno de las sociedades occidentales como en las relaciones Norte/Sur, el totalitarismo verde es más pernicioso que los dos anteriores, ya que su programa racista y genocidiario se esconde detrás de la sublevación legítima de víctimas, de la miseria de los pobres, cuando sus jefes son cínicos millonarios saudianos o médicos egípcios provenientes de clases privilegiadas (Oussama Ben Laden, Ayman al-Zawahiri). Su racismo intrínseco no aparece como tal ya que es una forma específicamente religiosa del odio del Otro que no se basa sobre el color de la piel pero sobre la pertenencia espiritual, aunque este Otro sea globalmente “blanco judeo-cristiano occidental”.


Como el nazismo, el totalitarismo islamista toma su fuerza de la canalización y exacerbación de todos sus rencores, de todos los sentimientos anti-occidentales, de todos los odios anti-cristianos y anti-judíos (bajo el nombre de anti-sionismo), en breve, odios universales y rencores postcoloniales eternos, siendo así cada vez más percibido como el sístema anti-americano-sionista, anti-imperialista, anti-occidental y revolucionario por exelencia, el sístema “anti” el más total y más absoluto. Es por eso que los adeptos del totalitarismo rojo, vencidos en el Este pero más que nunca intelectualmente hegemónicos al Oeste, y en general los neo-tercer-mundistas y fanáticos anti-americanos encuentran siempre circunstancias atenuantes al “nuevo hitlerismo religioso” como anteriormente los “pacifístas” y otros “hombres de izquierda” encontraron circunstancias atenuantes a algún Hitler...


EL ASPECTO COMUNITARIO Y MULTICULTURISTA: CABALLO DE TROYA DE LA OFENSIVA ISLAMO-TOTALITARIA CONTRA LAS DEMOCRACIAS

Este odio absoluto del Otro que motiva al islamismo, y que gana poco a poco el tercer mundo, encuentra su justificación moral e histórica en la dinamita “indigesta” que lleva al Sur descolonizado a rechazar los valores y modelos heredados del antiguo dominador occidental, el islamismo apareciendo como “la solución indígena por exelencia”. La única verdaderamente legítima y no importada del extranjero “judeo-cruzado”. Es esta legitimidad “exótica” del nuevo totalitarismo verde y de su neoracismo anti-occidental que lleva a los Occidentales a aceptar, desde hace ya unos treinta años, el desarrollo sobre su propio suelo pluralista y democrático de los peores enemigos de la democracia y del pluralismo. Los islamistas saben esconder perfectamente su totalitarismo detrás de la inocencia de revendicaciones de libertad religiosa y del “derecho a la diferencia” que son fundamentales en las democracias. Todo se desarolla como si el proyecto neototalitario de conquista-islamización del Occidente fuese aceptable “ya que no es político” y no explicitamente “militar”. Como si los islamistas radicales fuesen tan estúpidos para amenazar directamente las sociedades acogedoras como lo hacen los más incontrolables de ellos...


En este proyecto de conquista que recibe el aval de varias conciencias occidentales que se sienten tan culpables como terrorificadas, los grandes centros del totalitarismo islamista que son los Hermanos Musulmanes, el Tabligh, el Pakistán, el wahhabismo saudita o el Irán, tienen como meta geopolítica prioritaria impedir el proceso de integración de las minorías musulmanas inmigrantes. Su optica final consiste en conquistar el Occidente a partir de sus minorías, y de obrar a la islamización progresiva de las sociedades abiertas. Por eso tiene una importancia capital lograr la integración total de los inmigrantes e impedir a los islamistas de controlar el Islam occidental. Puestos entre la espada y la pared por los dibujos hegemónicos de los centros islámicos y la compromisión de las sociedades democráticas, los musulmanes de Europa y de Estados Unidos, mayoritariamente moderados y pacifistas, son las primeras víctimas del totalitarismo islamista que los persigue hasta la tierra misma que vió nacer a las democracias.

Para ellos, el comunitarismo y el multiculturalismo extraviado son peligros en los cuales los islamistas esperan encerrarlos sucitando un sentimiento de persecusión y de revancha con el fin de separarlos del mundo infiel. El “apartheid” voluntario. Para las mujeres y las democracias musulmanas, que pensaron poder escapar del obscurantismo viniendo a vivir en Europa, los logros de los islamistas a los términos de revendicaciones comunitaristas constituyen una verdadera traición de la parte de las sociedades democráticas, la manifestación de una verdadera dimisión.


Pero el suicidio del Occidente no termina aquí. La mayoría de los “santos terroristas” (Amir Taheri) que ensanglentaron Manhattan o las calles de París fueron formados, acogidos, diplomados en Occidente. El padre de la revolución planetaria islamista, el ayatollah Jomeini, organisó la caída del Sha y llamó al yihad desde Francia (Neuphle-le-Château). La casi-totalidad de los líderes islamistas anti-occidentales en el mundo, desde el Sudanés Hassan al-Tourabbi hasta el jefe del Gamaa egípcio Adel Rahmane, responsable del primer atentado del World Trade Center en 1993 (que beneficiaba de una green card y predicaba abiertamente su odio hacia los Estados Unidos en las mezquitas de Brooklyn y de Jersey City mientras que la policía egípcia lo buscaba), pasando por el jefe de la oposición islamista en Tunisia Rachid Ghannouchi, “refugiado político” en Londres, encontraron asilo en las democracias occidentales. Algunos adeptos de los talibanes y de Ben Laden son hasta ciudadanos americanos, como John Walker, encontrado entre los rangos de Al-Qaeda en octubre del 2001 durante la operación Libertad inmutable, José Padilla, la antigua granuja de origen portoriqueña, que se juntó a Al-Qaeda después de haber frecuentado los black muslims, o hasta franceses, como Djamel Loiseau o Zacarias Moussaoui, vingésimo miembro presupuesto del comando de Manhattan, o como los diez franceses detenidos en este momento en Guantanamo.

 La generosidad y la apertura de la sociedades abiertas, que acogen hasta sus propios enemigos, es de algún punto de vista la marca suprema de la tolerancia y del humanismo. Pero los atentados de Manhattan, como el hecho que el ayatollah Jomeini o Oussama Ben Laden le dieran la espalda a sus antiguos aliados franceses o americanos, podrían haber servido de lección: con el totalitarismo, que sea el rojo, el nazismo, el verde, toda compromisión, que haya sido en el nombre del pacifismo, constituye una irresistible incitación a seguir la guerra.


El totalitarismo menosprecia los valores de tolerancia y de humanismo de los cuales es el primero en servirse. Respecta únicamente la fuerza. Hitler, Lenine, Stalin, que se burlaban de los “idiotas útiles”, dieron el ejemplo. Porque el Occidente tal vez no lo sabe aún, pero está en guerra. O mejor dicho, el totalitarismo verde le declaró la guerra y, a través de este, una parte del tercer mundo arabo-musulmán. Negar esta terrible realidad, tan cerca del choque civilizacional de Huntington y conformes a las terrorificantes previsiones de Bernard Lewis, no cambiará nada. La negación de una guerra, de una realidad, jamás impidió esa realidad y esa guerra de existir. Al contrario. La frase histórica de Churchill es desgraciadamente más que banal. Era por lo tanto combatida diariamente por nuevas compromisiones deshonorantes y nuevas negaciones suicidarias de ver en frente las realidades amenazantes. ¿Habrá que esperar otros 11 de septiembre para que el mundo libre entienda que no debe acordar libertades a los enemigos de la libertad?

¿Qué la democracia y la libertad son tesoros de una extrema fragilidad que hay que proteger cada día? Todo como la palabra asesina de Churchill, el dilema invocado en Las Sociedades abiertas y sus enemigos de Karl Popper nunca fue tan actual como hoy en día. Una vez más, las democracias olvidaron que pueden tener enemigos y que, como las civilizaciones caras a Paul Valéry, no son inmortales. Como en 1938, pueden hacer dos alternativas. La de Munich, o la de la resistencia al totalitarismo.

MAHOMA, ¿PROFETA ILUMINADO O REFERENCIA SUPREMA DE LOS ISLAMISTAS?


La Hégira es fundamental, porque permite entender el origen conquistador del Islam. Es en referencia a este evento fundador que un grupo de islamistas egípcios ultra-radical, haciendo parte ahora de Al-Qaida, había elegido llamarse “excomunicación y Hegirio” (el-Takfir wa’l-Hijra). Takfir, el hecho de denunciar la apóstata, significando la condanación de la sociedad no-musulmana – anatemización inaugurada por Mahoma en su lucha contra La Meca pagana –, mientras que hijra, “que invoca la migración del Profeta de La Meca pagana para fundar su propia sociedad islámica en Medina, quiere decir que los verdaderos musulmanes dejan las sociedades existentes para crear una nueva que sea realmente islámica. Esta doctrina islámica de la revolución se mostró extraordinariamente potente (2)”. Lejos de ser reducidos a simples extremistas heréticos traicionando el mensaje coránico, los islamistas djihadistas modernos encuentran en la vida de su Profeta una formidable fuente de legitimización de su activismo. Cuando son persecutados en sus paises, como en Tunisia, en Egípto, en Algeria u otros países, y que encuentran refugio en los paises occidentales “ímpios”, los islamistas están convencidos de realizar su hijra con el fin de reconquistar, desde la tierra infiel acogedora – que deberá ser islamisada a largo plazo –, la tierra de origen prometida al Islam.


Desde que el Profeta fue capaz de reconquistar La Meca sin la ayuda militar de las tribus paganas y judeo-cristianas, dejó de respectar la libertad de culto de las diferentes comunidades que había querido incorporar. El Enviado de Alá, que había durante mucho tiempo contado con la islamización de los judíos de Medina, considerados al príncipio como monoteístas auténticos, termina acusándolos de haber traicionado el mensaje de la Thora y de haber apartado del camino de Alá a los que creen (3, 99). En otros tiempos venerados por Mahoma, los hijos de Israél, que rechazaron la nueva revelación, son de repente acusados de hipocresía, despojados de sus bienes (3, 9-17), asesinados por comandos musulmanes enviados por Mahoma mismo y forzados al exilio. La ruptura definitva se hará con el cambio de orientación (qibla) de las plegarias, al principio hacia Jerusalém y depués hacia La Meca (2, 142-152).

Esperando compensar las terribles derrotas militares de la segunda grande batalla de Uhod, Mahoma y sus adeptos atacan en agosto del 626 a la tribu judía de los Banou-Nadir, expatriándolos bajo pretexto de una supuesta tentativa de asesinato del Profeta, cuando estos solo habían resistido a los órdenes del Bello Modelo que les había pedido de abandonar la ciudad. Depués de haber resistido a los ataques mequinenses en Medina en 627, Mahoma ataca la tribu judía de Banou-Kurayza, dónde matará a todos los hombres, robará todos los bienes y se llevará a las mujeres y los niños (33, 26-27). Después de la toma de La Meca en 628, Mahoma vuelve a Medina de dónde lanza enormes ataques contra los oasis de Khaïbar, Fadak, Wadi al-Qirah y Taïma dónde vivían las tribus judías del norte de Hedjaz. La victoria sobre los judíos de Kaïbar será considerada como una “recompensa de Alá” (48, 18-20) y le dará las gracias (61, 1). El cambio de posición de Mahoma con respecto a los judíos de Medina y del Hedjaz sirve de modelo a los islamistas en Occidente que, después de haber beneficiado de la libertad de expresión y de la hospitalidad de los paises acogedores que les niegan hasta en sus propios paises de origen, o después de haber sido apoyados por paises occidentales (Khomeyni, Ghannouchi, Omar Adel Rahmane, Ben Laden, etc.), agrandaron su odio en contra de este mismo Occidente “infiel” que sigue siendo para ellos la tierra “sin piedad” (dar al-kafara), del colonialismo y de la guerra (dar al-harb). Es por estas mismas razones que vimos en 1998 y depués con los atentados de Manhattan y del pentágono en septiembre del 2001, a los talibanes dar asilo al peor enemigo de los Americanos, Oussama Ben Laden, y hacerle frente súbitamente a Washington.

Como el ayatollah Khomeyni en otros tiempos que le hizo frente a su antiguo protector francés agradeciéndolo con los atentados en Dakar, Ben Laden expresará su gratitud hacia su antiguo protector americano, desde 1991, haciendo ataques terroristas contra “los ciudadanos, soldados, símbolos o todo interés amerciano en el mundo”, llamando al mismo tiempo al djihad mundial en contra de los “judíos y los cristianos” (al-yahoud wa’l-salibiyoun).


Marchando hacia La Meca para acumplir una peregrinación, Mahoma declara la guerra total obligatoria (4, 73-82) a los hipócritos (mounafiqoun), a los judíos, a los traidores del Islam (4, 105-115) y a los politeístas (4, 116-120). Es de este contexto medinense guerrero que se crean suratas legitimando la violencia y el robo. Los creyentes deben obedecer y dar el botín a Alá y a su Profeta después de la victoria (7, 20-29) y descanzarán solamente después de haber vencido a los politeístas: “peleenlos hasta que no quede ninguna asociación, y que la religión sea únicamente la de Alá” (8, 39). En el contexto de la unificación de la Arabia por la conquista islámica, los cristianos y los judíos que habían aceptado someterse pasaron al estatus de protegidos (dhimmis).


La toma de La Meca inaugura el segundo período medinense del Profeta que, desde el Hegirio, aplica fidelmente esta prescripción divina: “¡Oh Profeta, lleva la lucha contra los incrédulos y los hipócritas y se duro con ellos. Su refugio será el Infierno, y que fea destinación!” (66, 9). Tanto como los judíos, los cristianos aparecerán en el palmarés de las conquistas del Profeta. Agradeciendo a Alá por haberle dado el hierro (el sabre: saïf) como instrumento sagrado para la victoria (57, 25), Mahoma lo utilisará contra los cristianos “ímpios” y “pervertidos” (57, 25-29), a la expepción de los que reconocen que los Evangelios anunciaron su llegada a través del Paracleto. El Bello Modelo y sus dicípulos declararán la guerra a las tribus árabes cristianas de Yemen, y de las regiones limítrofes a Persia y al Imperio Bisantino. Mahoma hará su último combate contra los cristianos en 631 en Tabouk, hostilidad fundamental transcripta en las suratas 9, 29-30: “los cristianos dicen: el Cristo es el hijo de Alá.

Esas es son sus palabras. Imitan el dicho de los incrédulos antes que ellos. ¡Qué Alá los aniquile! ¿Cómo se ecartan [de la Verdad]?” El Profeta llegará a su apogeo en Medina con la destrucción de una iglesia y excomulgando indistintamente a los infieles, los “asociadores”, los judíos y los cristianos. La violencia y el extrañación político-social de la cuál eran víctimas no era más que el reflejo de su extrañación teológica (9, 29-35), el djihad contra ellos siendo una obra piadosa (69-74; 38-52 y 81-96). Los paganos que se negaron a la conversión fueron matados. De esta manera, entre 622 y 632, toda la Arabia fue islamizada.


Entre el mensaje moral, misericordioso, ecuménico que Mahoma predicaba en La Meca y el de Medina, obscurantista, guerrero y “vengativo”, de dónde nace la fórmula cara a los islamistas utilizada en los discursos de los tribunales o por los hombres políticos, en Irán, “Dios tirano y vengativo”, la diferencia es radical. De allí proviene la teoría de los dos Coranes o de dos Islames, que incita a los musulmanes en contra del fanatismo y de la violencia a reclamarse del islam de La Meca con el fin de promover un islam tolerante y espiritualista, desgraciadamente marginalizado, ya que es golpeado por el islam ortodoxo quién considera un pecado toda deviación o “innovación” (bid’a). La tradición y la escolástica islámicas sunitas establecen que las suratas medinenses, muy intolerantes, son más importantes que las de La Meca, en vertud del principio del “abrogado y del abrogante” y de un comentario del Profeta (3). “hoy en día todavía, los musulmanes tienen tendencia a proclamarse de Medina [...].

Es su más grande gloria ya que fue de allí que se fueron para conquistar La Meca, volvieron gloriosos, atacaron la clase aristocrática y rompieron a todos los ídolos. La victoria empezó en esta ciudad, la cuál tiene el honor de haber llamado al djihad” precisa el islamólogo libanés Joseph Azzi (4). En vez de morir sobre la cruz y de dar su mejilla izquierda como Jesús, Mahoma prefirió, como hombre de Estado y jefe de guerra, tomar la espada con el fin de crear su ciudad terrestre y de expandir el orden religioso islámico. La história muestra que el Islam no fue siempre tan duro que a su origen, y que el cristianismo fue varias veces más político y guerrero de lo que los mensajes del Cristo y de los Evangelios lo hubieran permitido. Pero es dificil negar que un islamista moderno que mata infieles para expandir el reino del Islam está mucho más en acuerdo con su conciencia de creyente y con el ejemplo mahometano que el cristianismo de proteger la cristiandad con la espada. En plena ortodoxia islámica y en imitatio muhammadis, los cuatro primeros sucesores, los califes “bien iluminados” (rachidoun) por Mahoma, seguirán la obra del djihad y de la conquista (fath) con el fin de expandir lo más posible las fronteras del imperio islámico naciente.


A partir de 634, las primeras guerras expansionistas del Islam ensanglentaron todo el Oriente Próximo, empezando por las regiones arámeas (Siria en 636), egípcias (640) y bereberes del Empirio bisantino. Los Persos serán atacados en Mesopotamia con la batalla de Nehavend en 642 y serán definitivamente vencidos en 651. Los autotóctonos solo verán, en las destrucciones del fath y del djihad, en los saqueos habituales de los nómadas, robando con las razias. Se equivocaban. Porque “la doctrina del djihad toma prestadas las prácticas de las razias perpetuadas por los nómadas, pero endulzándolas con prescripciones coránicas (5)”. Hay que tener en cuenta que en la época de Mahoma, lo que llamamos la razia (ghazwa)(rhâzya, rhazâwa) constituye un modo de vida y de subsitencia “normal”. Persia y Bisancio serán entonces regularmente amenazados por la península árabica vecina, de manera que la sola solución encontrada por los emperadores bisantinos y persas contra ellos será reclutar tribus árabes cristianizadas como los Ghasanides, encargadas de proteger las fronteras del Sur del Imperio Bisantino, o los Lakhmides, que defenderán las fronteras del Oeste del Imperio persa.

Los juriconsultadores musulmanes ratificarán más adelante, en una dogmática coránica, los procesos y las tacticas de las operaciones militares lo largo de las conquistas, el trato de los pueblos vencidos, la fiscalía y el estatus de las tierras conquistadas (diezmo, kharadj, fay). Es para justificar el robo a los infieles por los mahometanos que Ibn Taymiyya, uno de los más célebres pensadores musulmanes y figura principal de la cuarta escuela sunita ortodoxa del Islam, escribirá en su célebre trarado de política jurídica: “ el botín (fay) es robado a los infieles por la fuerza [...], el Profeta dijo, según Jabir b’Abd-Allah: “Hé triunfado por el terror en un mes, la tierra fue hecha para mí, tuve la permisión de hacer botines, fui enviado con el sabre para que los hombres se dediquen al único Dios, mis recursos fueron puestos en la sombra de mi lanza. Dios le sacó los bienes a los infieles para restituirlos (afa’a, rada’a) a los muslmanes” (6).” El hecho que el djihad descienda directamente de la razia explica porque, en la terminología árabo-musulmana corriente, el “guerrero de la fé” puede también ser llamado moudjahid (combatiente del djihad, moudjahidines al plural) y ghazi (o razzi, literalmente pillo-guerrero).

En lo que concierne las modalidades de reparto del botín, la tradición islámica quiere que se invierta el imam del rol del gerente del botín confiscado a los infieles durante el djihad, en vertud de varios versos del Corán que denominan al Profeta para administrarlos, al beneficio de la oumma (59, 7-10; 49, 19; 48, 20; 8, 69). Este es el origen del fay, principio según el cuál el bien colectivo y legítimo de la oumma está constituido por los bienes robados a los no-musulmanes. “Del botín hecho por los musulmanes después de operaciones guerreras, el imam deduce el quinto. Debemos combatir el enemigo sin informarse si pelearemos bajo el comando de un jefe piadoso o depravado (7), ecribe Abu Zayd el-Qayrawani, autor de numerosas obras de derecho que asegura el triunfo de la escuela malikita (Malik).







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