Opinión: Más de un millón de ilegales
Inmigración

Opionión. Jose javier Esparza. Más de un millón de ilegales

Ya tenemos en España un millón largo de inmigrantes ilegales. Es el efecto de la "ley Caldera", que pretendía regularizar a los que se hallaban en situación anómala –lo cual era preciso-, que fue percibido en los países de origen como una invitación al "papeles para todos" –lo cual era inevitable- y cuyo efecto ha sido un aluvión de nuevos inmigrantes –lo cual era previsible para todos, menos, según parece, para el astuto responsable político del desmadre; la dimisión se inventó para estas situaciones.



Y bien: ¿qué hacemos ahora? Ese millón y pico de ilegales ha de sumarse al contingente legal de inmigrantes. En conjunto, la cifra de ciudadanos extranjeros residentes en España se estima muy por encima del 11% de la población. Y ese crecimiento se ha producido en muy pocos años, sin que la sociedad, el Estado ni el Mercado hayan dispuesto canales adecuados, ni con Aznar ni con Zapatero. Ahora lo que pide el sentido común es empezar a expulsar ilegales. Pero las imágenes en televisión pueden ser letales para el Gobierno, así que no se hará. En vez de eso, toleraremos el crecimiento de un problema que estallará en tres, cuatro años, cuando el mercado ya no sea capaz de absorber mano de obra. Pasará aquí como ha pasado en Francia. Entonces el imperativo de la expulsión será una exigencia de la mayoría del electorado, para beneficio de algún Sarkozy. El guión está escrito de antemano. ¿No sería mejor afrontar el problema ahora, cuando todavía no se ha llegado a la exasperación?

Quizá la sociedad española no esté aún madura para medidas drásticas de tal género. Eso se percibe en todas las voces, tanto en la izquierda irresponsable del "papeles para todos" como en esa tecnocracia liberal tan sumisa a lo "políticamente correcto". ¿Frenar la inmigración? Vade retro, Satanás. Un conocido publicista católico escribía recientemente que él, por cristiano, es partidario de abrir las puertas a "todo el mundo", porque "todos son hijos de Dios". Y para fundamentar su posición invocaba el ejemplo de Isabel la Católica, que tanto se preocupó por el alma de los indios de América. He aquí a un hombre de bien, sin duda. Pero el bien común no siempre coincide con el bien de "todo el mundo". Abrir las puertas a todos los hijos de Dios de fuera puede presentar el grave inconveniente de hacer imposible la vida todos los hijos de Dios de dentro, y entonces el bien abstracto nos habrá conducido al mal concreto, como tantas veces suele suceder.

Ninguna sociedad puede funcionar sin un grado mínimo de homogeneidad. Y eso, por cierto, lo sabía muy bien Isabel la Católica, cuyo reinado fue, ante todo, un proceso consciente de homogeneización. Hoy nos hallamos en un proceso inverso. Por irresponsabilidad o cobardía, estamos dejando crecer un problema que explotará más temprano que tarde. ¿A quién beneficia?

 

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