Artículos: Cañada Real Galiana, nueva «ciudad sin ley», a 15 minutos del centro de Madrid
Seguridad Ciudadana

Esto será dentro de poco una bomba de relojería», comenta un agente de la policía de Villa de Vallecas. Se refiere a la Cañada Real Galiana un asentamiento ilegal de 40 años de vida y 15 kilómetros de extensión que discurre por varios términos municipales. «Desde hace un año no para de crecer», dicen aludiendo a la zona situada en su distrito.

El efecto llamada de inmigrantes indocumentados, unido al éxodo que están realizando los traficantes procedentes de «Las Barranquillas», están haciendo que la población se multiplique. Y con ella, las viviendas de todo tipo que jalonan ambos lados de la carretera de Valdemingómez por la que transitan a diario 4.500 camiones con el riesgo de atropellos. Ya ha habido varias muertes.



LUGAR DE CONTRASTES

En este lugar conviven desde chalés y mansiones lujosas de varias plantas, antenas parabólicas, aire acondicionado y piscinas portátiles que asoman por los portones metálicos abiertos; a casas bajas y chabolas. Por el carácter ilegal de las edificaciones levantadas en una zona pecuaria, no hay datos fiables de población ni de casas. El único censo que se realizó hace siete años hablaba de 2.000 parcelas. Hoy, la mayoría de ellas se han dividido en varias para acoger a los nuevos inquilinos. En algunas conviven hasta 20 personas. La Policía insiste en que hay 4.000 personas en Vallecas mientras que el PSOE e IU aseguran que en el todo el tramo de la Cañada hay 40.000, como recalcan en el Ayuntamiento de Rivas.

En el recorrido por la zona más antigua de Vallecas, en el desvío del kilómetro 14 de la A-3, los menores aprovechan los atascos para robar a los conductores. Hay empresas de madera, áridos, transportes y chatarra. Es ahí, en la entrada, donde se está construyendo de forma desmesurada, lo que convierte a la zona en la mayor de España en cuanto a asentamientos ilegales se refiere.

MÁS DELITOS QUE EN BARRANQUILLAS

Es el lugar elegido por los que proceden de Las Barranquillas y su relevo. Para atraer a los compradores la droga es más concentrada y venden más cantidad «en lugar de una papelina hasta 50 gramos». ¿La razón de esa «mudanza»? La cuenta atrás para el hipermercado de estupefacientes. Será absorbido por los ensanches y carreteras —M-45, M-31 y los raíles del AVE a Lérida—. No se sabe cuándo. Pero llegará. De ahí que no resulte extraño que, «hoy por hoy, se cometan más hechos delictivos aquí que en el otro poblado», recalcan. La droga genera muchas ganancias a las que hay que darles una salida rápida. Y con la misma velocidad con la que se gana, se derrocha. Coches de lujo asoman detrás de las discretas cancelas, aparcados en enormes patios al que dan tres y cuatro adosados de una misma familia. Sorprende la calidad de las construcciones, las balaustradas... Es la zona de gitanos españoles que regentan también puestos de refrescos y chucherías. «Tienda barata», «Desayunos Lina», «Helados Yanet», se leen rotulados en la pared.

«LA ÚNICA LEY: EL DINERO»

Los cambios han llegado hasta esta etnia. «Antes respetaban la ley que imponía el patriarca; ahora, aquí cada familia tiene un jefe y la única ley que impera es la económica», explican. Ante tamaña abundancia, muchos adquieren fincas o chalés en otras zonas. No les falta de nada: televisión con pantalla de plasma, proyector de cine, jacuzzi... No los usan. No van.

Al no tener nómina reciben ayudas públicas para la escolarización de sus hijos. Algunos han pasado por poblados que ya son historia —Los Pitufos, Pies Negros, Torregrosa, La Celsa...— y fueron realojados en pisos más de una vez para marcharse después.

La droga no es la única actividad delictiva que se registra en la Cañada Real —uno de los delitos estrella es el robo con fuerza e intimidación que cometen en otras zonas de la ciudad—, si bien es cierto que residen personas que se ganan la vida honradamente.

Algunas llevan allí «toda la vida», al igual que sus descendientes. Gente modesta que empezó con un huerto y una casa humilde que han ido mejorando con los años a pesar de lo «ilegal» de la situación, porque las administraciones «han hecho la vista gorda y nadie impide que levanten casas», agregan. Prueba de ello es que antes no tenían luz ni agua: ahora ya tienen contratados ambos servicios; aunque no faltan los que se abastecen de forma ilegal. También tienen cartero y recogida de basuras. Lo absurdo del caso es que «el único papel que tienen muchos es el de la contribución».

A medida que crece la población, crecen los delitos. Tras rebasar los puntos de venta de cocaína y heroína, se llega a la zona poblada por los árabes. Abundan los magrebíes. Algunos trabajan en la construcción, otros, «trapichean» en lo que pueden. Sorprende el contraste de idiosincrasias en un lugar donde conviven una decena de nacionalidades diferentes.

Más adelante, hay un popurrí de gentes y edificaciones diversas. Predominan grupos del este: rumanos, albanokosovares, serbios y croatas. Pululan grupos dedicados al robo de vehículos de alta gama que desguazan aquí. Conservan el motor y las piezas más valiosas para quemar lo demás como evidencian los restos ennegrecidos en el suelo y la carcasa de un camión. Otras veces, cambian el bastidor y la matrícula y los venden. «En la zona de los kosovares hay tiros casi todas las noches », dice un agente. «Nos avisan desde el campamento de rumanos del Camino de los Canteros; cuando llegamos siempre dicen: “serán los petardos de los niños”». Los funcionarios afirman que «son sujetos muy peligrosos pues no valoran nada la vida».

Al llegar al vertedero termina la carretera asfaltada. Y aparece la miseria en estado puro. Entre toneladas de escombros se mezclan las chabolas con niños correteando entre basura y ratas. Si en verano hay polvo y todo tipo de insectos, en invierno el barrizal convierte el lugar en inaccesible. Gitanos del este y portugueses se las arreglan como pueden para sobrevivir.

A la «busca» de chatarra o de algún objeto recuperable entre los dos metros de inmundicia. Una familia al completo vive en un transformador eléctrico. «Es más fresco que la favela», dice el padre. Y más peligroso. El paisaje es desolador. Hay desaprensivos que, por los 20 euros que les piden los gitanos, vierten los desechos ahí, en lugar de hacerlo en zonas habilitadas.

SOLUCIONES

La Comisaría ha puesto a buen recaudo a bandas dedicadas al robo de coches de lujo y hace dos meses detuvo a cinco rumanos que se dedicaban a asaltar con armas de fuego clubs de alterne y gasolineras. «Los delincuentes tienen una falsa sensación de impunidad», afirman. Varias veces a la semana hacen controles de personas, armas y vehículos. Pero la Policía poco puede hacer. «Para un registro necesitamos un mandamiento judicial motivado y hay que hacerlo casa por casa».

Afirman que la situación es insostenible. No quieren ni pensar qué ocurrirá cuando desaparezca Las Barranquillas y el PAU esté habitado. «Lo peor es que las administraciones se pasan la pelota. La Comunidad dice que la responsabilidad es de los ayuntamientos, y éstos, que de la primera», dicen. El problema no es solo urbanístico, sino social y policial.

 

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