Artículos: Inmigración china, economía sumergida, esclavitud y competencia desleal.
Inmigración

Es una inmigración silenciosa y en relación con otras nacionalidades poco numerosa. Suelen pasar desapercibidos allí donde se instalan y aparentemente su conflictividad es nula. Sin embargo su forma de entender las empresas y sus métodos de trabajo han acabado con cientos de empresas españolas y miles de puestos de trabajo. Hablamos de la comunidad china.

 

 En 1990 había sólo 6000, hoy son unos 42000 y a la misma velocidad que aumenta su número, aumenta en España el trabajo en condiciones de semiesclavitud, las finanzas no declaradas y la economía sumergida, convirtiéndose de esta forma en una sociedad paralela a la “oficial” de la que se aprovechan sin dar nada a cambio.



El 80 por ciento de los residentes chinos proviene de Zhejiang, una provincia del sur de la República Popular, situada en una región montañosa. Esta zona ha sido tradicionalmente foco de emigración. Su población primero tomó rumbo a Shanghai y Pekín, pero, en los         últimos años, ha optado por el extranjero. Felipe Cheng, portavoz de la Asociación de Comerciantes Chinos en España (ACCE), argumenta el porque todos provienen de esta región: «Somos aventureros; hemos emigrado toda la vida. Allí el 90 por ciento del terreno es sierra; un cinco por ciento, tierra llana, y otro cinco, agua. Qingtian, el pueblo de donde procede la mayoría, apenas cuenta con recursos. La vinculación de los chinos afincados en España con su país de origen es clave para entender el funcionamiento de esta comunidad.
 
En España no hay localidad con más de 10.000 habitantes que no cuente con un restaurante chino. Y es que el objetivo de estos emigrantes, cuando llegan a España, es montar su propio negocio. Y lo logran en un tiempo récord. Su receta: trabajar por muy poco             dinero para el empresario (un familiar) que les ha pagado el viaje y conseguido los papeles. Saldada la deuda, ahorran hasta conseguir el capital necesario. El negocio de los restaurantes se adapta a su forma de entender los negocios: la familia propietaria utiliza a             todos sus miembros para trabajar. Si el restaurante prospera, abren otros. Al saturarse este mercado, saltaron a los todo a cien. Al mismo tiempo han ido haciéndose con pequeños locales de alimentación abiertos 24 horas. El siguiente paso: convertir esas tiendas en             supermercados.
 
La peculiar estructura familiar y las condiciones de semiesclavitud en las que trabajan son las principales razones que les hacen prosperar en cualquier medio. El concepto de familia en China es mucho más amplio que aquí: abarca a tíos, primos, hermanos de la novia del             primo, etcétera. Cuentan así con una amplísima cadena de producción fiel y muy barata. Esa cadena arranca en China. Fabrican, exportan, importan y venden, dentro del mismo círculo familiar. Lo que ofrecen aquí por cinco euros lo fabrican en China por diez veces menos. Una persona que trabaje allí para ellos gana 100 euros mensuales. Esos           entramados familiares son muy eficaces y prueba de que esa red de apoyo funciona es que no hay `sin techo´ chinos. «Han creado -dice Joaquín Beltrán, de la Universidad Autónoma de Barcelona, que ha elaborado un informe sobre la comunidad china- un sistema de          pequeñas multinacionales domésticas con las que resulta difícil competir.»
 
Este pequeño entramado de pequeñas multinacionales está teniendo funestas consecuencias para las empresas españolas que ocupan el mismo sector. Las estimaciones más benévolas consideran, que por cada negocio chino nuevo que se abre, al menos dos españoles deben echar el cierre. No es sólo una cuestión de un negocio que sustituye a otro. En el caso de los negocios chinos, supone que donde antes había dos empresas que pagaban impuestos y daban de alta a sus empleados en la seguridad social, aparece una sola donde gran parte de la plantilla trabaja sin seguro laboral y unas 12 horas al día. En el fondo es la sustitución de una sociedad igualitaria por otra medieval.
 
«Donde entran, rompen el mercado.» Manuel Osuna es presidente de la asociación de vecinos de La Corrala en el madrileño Lavapiés, barrio en el que el 80 por ciento de los locales son chinos; en su mayoría, dedicados al mercado textil. «Y ahora que se ha abolido el sistema de cuotas del comercio textil internacional serán aún más competitivos», añade. En España hay en la actualidad dos grandes concentraciones de talleres de ropa: una en Madrid, en torno a Usera y Vallecas, y otra, en las afueras de Barcelona, en Santa Coloma de Gramanet y Badalona. En el polígono industrial, en Montigalá, funciona uno de los centros de producción y distribución de pronto-moda más importantes de Europa. Obedecen a la misma lógica económica: lograr la propiedad de los medios de producción y             utilizar mano de obra barata.
 
Importan todo desde China, en contenedores, por barco y, en casos de urgencia, por avión. El envío de China a Valencia les resulta menos costoso que de Valencia a Madrid. Cada comerciante se encarga de traer lo suyo, aunque hay quienes comparten importador. Muchos también exportan y algunos falsifican las grandes marcas», dice uno de los miembros de la Brigada de Extranjería y Documentación. «Éste -el de la falsificación de            productos y la violación de la propiedad intelectual e industrial- es uno de los principales delitos a los que se puede vincular a un sector de la inmigración china. Los productos falsificados -ropa, calzado, bolsos, etc.- llegan desde allí; no los hacen aquí.» La            piratería de DVD y CD es el negocio delictivo en el que mandan de lejos; cuentan con la mejor red de distribución y venta. Los delitos más frecuentes son contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social.                                                                                                        
 
Su capacidad de trabajo y horarios sin límite -la explotación de sus trabajadores- es uno de los pilares de su estructura empresarial. A pesar de ello. ¿un conflicto civil entre chinos? ¿chinos que vengan a denunciar a otro chino?, pregunta retóricamente Ignacio Parra, abogado en asuntos de extranjería del colectivo asiático. «Puedo contarlos con los dedos de una mano. Tratan de arreglar todo entre ellos. Nunca supe de un trabajador chino que denuncie a un empresario chino. Nunca, y llevo 15 años en esto. Es un colectivo desconfiado y que, hacia fuera, se muestra muy unido.» Los chinos, además, poseen una de las mayores tasas de trabajo por cuenta propia entre los extranjeros: son el 30 por ciento de todos los dados de alta en la Seguridad Social como autónomos, el equivalente a los suizos.                
 
 El ahorro es el gran motor de esta silenciosa maquinaria económica. Los recién llegados sólo quieren reducir gastos y ampliar ganancias. No tienen problema en compartir habitación con otras dos o cuatro personas. Al cabo de unos años, con la llegada de sus mujeres y sus niños, buscan más intimidad y viviendas propias. Los que tienen            menos capacidad económica, sin embargo, optan, al final, por mandar a sus hijos a estudiar a su país. No pueden permitirse el coste de tiempo que implica su educación. Ninguno de los miembros de la pareja puede reducir su horario laboral. ¿Cuánto le basta a un            inmigrante chino para vivir un mes? Varios de los aquí entrevistados coinciden: entre 200 y 250 euros. El resto lo ahorran. En cuanto pueden, intentan alquilar o, con alguna ayuda,             personal o hipotecaria, comprar un local, importar productos y empezar a vender.            
 
La Policía y los abogados saben, aunque sin grandes detalles, que hay muchos que manejan fortunas. Suelen ser quienes más tiempo llevan en España y quienes, por lo general, presiden las diversas asociaciones, casi 20 en Madrid, otras tantas en Cataluña, lo mismo             en Andalucía. «Ése es uno de los grandes déficit de la colonia china, explican Parra y Orive, no han sabido agruparse en una sola organización fuerte.» Lo mismo que todos quieren tener su negocio y ser sus propios jefes, todos quieren también ser presidentes de una asociación. Hay una, la más importante de Madrid, la Asociación de          Comerciantes de la Comunidad China en España (ACCCE), que cambia cada seis meses de presidente, para que todos sus miembros puedan serlo un tiempo cada uno. Su fortuna puede medirse por lo que manejan: son dueños de enormes naves industriales y conducen grandes BMW o Mercedes.
 

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